Payasos y androides

La feria resplandecía con el fulgor del verano, bañada en tonos escarlata y esmeralda y animada por las voces metálicas de las máquinas que entretenían al público. Las atracciones atraían colas kilométricas, los robots bailaban con la gente, contaban chistes, servían copas.

Aquella era la tercera vez que Lars iba a la feria. Tan solo tenía diez años y aquel ambiente lo fascinaba. Contemplaba expectante la fiesta de luces y sonidos, los autómatas festejar junto a las personas, las caras alegres... Cuando de repente vio algo que no encajaba, algo propio de épocas pasadas, algo que únicamente había visto en las películas antiguas de su padre. Era un payaso de carne y hueso que, con expresión decaída y mirada triste, fulminaba a todos los allí presentes. Lars se acercó, sentía curiosidad.

-Señor, ¿qué hace vestido de payaso? ¡Eso es trabajo de androides!

-¿Trabajo de androides? -lo miró taciturno el hombre -. ¡Ahora todo es trabajo de androides! Las personas ya no quieren aprender, ¿para qué si pueden hacerlo esos malditos robots? Es tan triste, chico. Por no aprender, no quieren ni aprender a hacer reír. O más bien prefieren olvidarlo. Antes los payasos eran reales, no un montón de piezas unidas por tornillos.

-¿Qué hay de malo en ello, señor?

-Todo. Hubo una época en la que los hombres eran artistas. Imaginaban, soñaban, luchaban, creaban, aprendían. Pero ahora sus mentes están vacías, no saben imaginar, no pintan, ni escriben, ni cantan. Prefieren que lo hagan por ellos.

-Mis padres dicen que los ordenadores son capaces de crear canciones perfectas. Y libros perfectos. ¡Saben calcularlo! -exclamó el chico, creyendo que el anciano no comprendía bien el mundo -. Mis padres dicen que todo está en las fórmulas.

-¡Qué necedad, que las fórmulas sustituyan a la imaginación! Mira, yo cuando era más joven no sabía construir una casa, ni arreglar un avión, ni programar un ordenador... Pero lo que sí sabía era hacer reír a la gente y eso era maravilloso.

Lars se marchó entonces algo confundido. Es cierto que nunca había visto a su padre hacer reír a alguien, siempre decía "Anabel, ven, cuenta un chiste". Anabel era el robot de cocina. De hecho, ni su padre ni su madre sabían cocinar. Tampoco lavar la ropa. Ni siquiera limpiar la casa. Eran, como bien había sugerido el payaso, inútiles. Lo único que sabían hacer era dar órdenes.

Comentarios

  1. Leí en un periódico uno de tus textos y me encantó. Tras decidir entrar en tu blog me topé con textos tan magníficos como este, donde desbordas pasión por la literatura por los 4 costados. Escribes muy bien, espero ver como sigues perfeccionando poco a poco tu modo de escribir. Un abrazo.

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  2. Una maquina nunca podrá sustituir a un hombre, Carlota. Ten eso claro.

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    1. Totalmente de acuerdo contigo. Una maquina nunca podrá sustituir a un hombre, por mucho que nos empeñemos que así sea. Una maquina no podrá sentir, amar...

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    2. ¡Por supuesto que no! Siempre he pensado que este tipo de progreso es una forma de retroceso.

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  3. Te superas Carlota, este nuevo texto es algo totalmente diferente de todo lo que había leído de ti.

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    1. ¡De nada, Carlota!
      Creo que me voy a crear una cuenta blogger para seguirte y poder comentar con foto de perfil...

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  4. ¿Escribes así y solo tienes 16 años?
    Esperate a tener 20 y veras cuanto habrás avanzado.

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  5. ¡Hola Carlota!
    Una duda, ¿cada cuanto sueles publicar un nuevo texto?
    Este último me gustó mucho, enhorabuena.

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    1. Pues intento publicar unas tres o cuatro veces por semana.
      ¡Gracias!

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