Tic-toc

Tic-toc, corre el reloj. Tic-toc, perversa maldición.

¡Qué sonido tan espeluznante, tan aterrador! Cada minuto es una estocada al corazón.

El chico corre con desesperación, quiere encontrar el torreón, quiere parar el riguroso palpitar del reloj. “Seguiré el sonido, seguiré el ritmo inflexible del gigante imperecedero." Y camina por las calles siguiendo su marcha fúnebre. Ve la figura a lo lejos, no puede tardar en llegar y, sin embargo, al alzar la vista la nitidez se vuelve nebulosa.

El hombre respira con turbación, el peso de su sombra se le antoja fatigoso. Ha caminado tanto que no encuentra la vereda de vuelta.

 Muchos lo intentaron antes que él, muchos quisieron ser dueños del tiempo. Algunos contaban tanto los segundos para no perderlos que acabaron por olvidarse de vivirlos.

Así, el anciano comprende. ¡Qué vida tan vana y efímera la del que cree en la eternidad! De tanto buscar el reloj, lo perdió. De tanto desear la inmortalidad, pereció. 
En su epitafio, un maquiavélico tic-toc.