Envejecer lentamente

A veces me encantaría poder contar las estrellas del cielo, la pena es que sé que no puedo. Sin embargo, a veces me da por intentarlo y por un momento me olvido de las propias limitaciones del ser humano. 

Hay noches en las que me da por asomarme a la ventana y hablar un rato con la luna, noches en las que Régulo y Denébola son mi Faro de Alejandría.

Pero aunque nunca consiga adivinar las estrellas en el cielo nocturno, o que la luna me responda, o siquiera encontrar a Régulo y Denébola entre sus hermanas, que brillan como luciérnagas en la inmensidad más oscura, es curioso, porque es en esos instantes en los que el universo se me acontece más cercano cuando más feliz soy. 

Supongo que es mejor así, que lo imposible tiene su encanto porque puede volver a atraparte cada día. Creo que persiguiendo sueños utópicos uno envejece más lentamente, que la ilusión es un elixir para el soñador. 

Quizá sea como volver a ser un niño y poder pensar que todo es posible. Puede que el secreto esté en disfrutar del proceso y no del desenlace. 

Al fin y al cabo, si algún día lo consiguiese, ¿qué estaría haciendo yo en una noche como esta?